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09 octubre 2013

El Paraíso Perdido · John Milton

«Luego, ¿ya me has olvidado?», replicó ella. «¿Tan horrible parezco ahora a tus ojos cuando en el cielo me tuviste por tan hermosa?» En medio y a la vista de todos los serafines coligados contigo en su atrevida rebelión contra el Rey del cielo, te sobrecogió de pronto un dolor cruel; anublados y desvanecidos tus ojos se perdieron en las tinieblas, mientras que brotando de tu cabeza una tras otra apiñadas llamas, se abrió profundamente por el lado izquierdo, y semejante a ti en la forma y esplendor, y animada de celestial hermosura salí de ella en figura de diosa armada.

Retrocedieron llenos de admiración todos los espíritus y me llamaron Pecado, considerándome como un presagio siniestro; pero familiarizados después conmigo, los prende de suerte que mis gracias seductoras rindieron a los que me miraban con más desvío.

Fuiste el primero tú, que contemplando a menudo en mí tu perfecta imagen, te enamoraste de ella, y a solas conmigo gozabas los inefables deleites que engendraron en mis entrañas un nuevo ser.

En tanto estalló la guerra: combatióse en los campos del cielo; nuestro poderoso Enemigo alcanzó inmarcesible triunfo (¿qué había de acontecer?), y nuestro partido quedó derrotado en todo el Empíreo.

Cayeron nuestras legiones, precipitadas desde las alturas del cielo hasta el fondo de este abismo, y envuelta en su ruina, caí yo también.

Entonces me fue entregada esta llave poderosa, con orden de mantener estas puertas cerradas para siempre, para que nadie pueda traspasarlas, si no las abro.

Pensativa y sola me senté aquí;

El Paraíso Perdido · John Milton

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