¡Hiciste que mis ojos velarán largas noches, para dormirte luego!
¡Pero yo te reservé un sitio entre mi corazón y mis ojos!
¿Cómo te ha de olvidar mi corazón, ni han de cesar de llorarte mis ojos?
¡Me habías jurado una constancia sin límite, y apenas tuviste mi corazón, me dejaste!
¡Y ahora no quieres tener piedad de ese corazón ni compadecerte de mi tristeza!
¿Es que no naciste más que para ser causa de mi desdicha y de la de toda mi juventud?
¡Oh amigos míos!
Os conjuro por Alah para que cuando yo muera escribáis en la losa de mi tumba:
“¡Aquí yace un gran culpablel ¡Uno que amó!”
¡Y el afligido caminante que conozca los sufrimientos del amor,
dirigirá a mi tumba una mirada compasiva!
Historia de Amina, La Segunda Joven, 17ª Noche
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